Este verano no parece que vaya a ser muy de escapadas para mí aunque sí he decidido tomarme sabático el mes de agosto; lo que pasa es que en vez de colgar el cartel de "Cerrado por vacaciones" he optado por dejar que mi blog siga vivo con vosotros. Para los que me seguís desde antiguo no os ofrezco nada nuevo pero para los que os habéis añadido recientemente quizá os apetezca leer mis antiguos relatos o reflexiones. Me parece increíble que en estos 3 años de existencia haya recibido 18.000 visitas, que mi nombre se conozca en todos los continentes ( alucino cuando veo las estadísticas y salen reflejados en verde) y que sigáis apoyándome con vuestro calor y fidelidad.
De verdad, no tengo gracias suficientes para daros a todos.
En septiembre volveré renovada ( con mi nueva novela casi acabada, sueño) y esperando que no me hayáis olvidado.
FELIZ VERANO. Con vacaciones o sin ellas, disfrutemos del lema "carpe diem".
CRHISTIAN,
EL HOLANDÉS ERRANTE.
No
debe sobrepasar los cuarenta, aunque en su estado es difícil
precisar la edad, medirá al menos 1,75, tiene el pelo rubio pajizo y
los ojos tan azules como el mar en calma escondidos tras unas gafas
de pasta del mismo color que su mirada. Viste tejanos, camisa blanca
y chaqueta beige, todo tan sucio como sus manos, que parece hubiera
metido en carbonilla.
Crhistian
es un mendigo. Así se definió él.
Lo
conocí la otra mañana en los bajos de mi portal, sentado en el
suelo y apoyando la espalda en la pared. Mi acompañante, más
curiosa y sociable que yo, si cabe, lo miró con descaro y él a
nosotras con idéntico interés. No es extraño puesto que Ángeles
se mueve en silla de ruedas. Teníamos que aguardar y nos acomodamos
a su vera, con una complicidad a tres que enseguida se hizo evidente.
Crhistian
nos dijo que estaba mendigando...para cerveza. Mi carcajada,
espontánea por lo descarado de su explicación, hizo asomar una
sonrisa en su atractivo rostro y, a partir de ahí, la charla estuvo
abierta.
Así
supe que era holandés, que lleva cerca de treinta años en España
(de ahí su magnífico dominio del idioma), que trabajaba como
profesor de inglés en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no
conseguía acordarse...- aquí fue cuando Ángeles aludió al Quijote
y él recitó su primer párrafo como lo haría el mejor maestro de
escuela - y que a pesar de amar su oficio, amaba más la cerveza.
Porque eso es lo único que bebe. Cuando nos agradeció que nos
tomáramos su confesión con ese buen humor y yo repliqué que si era
su opción me parecía respetable, me aseguró que del mismo modo que
hay personas que lo desprecian, otros se sienten compasivos y le dan
dinero, como un señor que el día antes le había regalado veinte
euros. Yo repliqué, jocosa ¡Pues con eso habrás tenido hasta para
whisky! Y él denegó, asegurando que su interés se centra en la
cerveza. O sea, que es un alcohólico de cebada, única y
exclusivamente.
Tuvimos
que irnos y mientras nos despedíamos nos contó que su proyecto era
marcharse al día siguiente a Portugal (ignoro el medio porque dinero
no tenía); nosotras le deseamos suerte y se nos quedó grabada su
sonrisa y buen talante.
Hicimos
nuestras cosas y a la vuelta seguía allí, con unas monedas a sus
pies y la misma lata de Heineken al lado. Y su sonrisa volvió a
florecer al vernos y nos saludó con un cariño de viejos amigos (a
todo esto, los cotillas del banco de los bajos de mi casa estaban tan
pendientes como lo estuvieron antes, con cara de escándalo por
vernos compadrear campechanamente con un indigente)
Ángeles
le preguntó si había comido algo y dijo que no tenía hambre pero
en sus ojos se leía la mentira y ella insistió en que tendría que
comer. Acabó confesando, curiosamente arrebolado, que sí que tenía
y yo me ofrecí a bajarle un bocata...con cerveza. Su respuesta fue
una sonrisa que no supe hasta después que había sido de
incredulidad, porque cuando regresé para llevarle dos sándwiches
(del universalmente bien acogido york y queso), una lata de aceitunas
y, por supuesto, una cerveza, sus ojos se abrieron con tal pasmo al
tiempo que se humedecían que me sentí casi avergonzada. Y más
cuando cogió mi mano y me la besó con reverencia farfullando un
“No tenías por qué hacer esto. No me conoces de nada” ¡Jod...!
Respondí con desparpajo “¿Quién sabe lo que nos depara la vida?
Hoy por ti, mañana por mí” y me despedí dejando a mis espaldas a
un hombre como una torre con los ojos húmedos por un simple arrebato
de compasión.
Porque
no soy de las que se ablandan a la primera. Bueno, hay días que sí
y días que no. Habiendo trabajado tantos años con la marginalidad,
aprendes que no siempre es bueno dar el pez en vez de la caña,
aunque haya momentos en que el pescado está más a mano y tu corazón
más tierno.
Pero
con Crhistian me acordé de mi madre, que una vez hizo entrar a un
mendigo a casa y le plantó delante un plato de cocido que el hombres
se zampó ante mis atónitos ojos y los de mis hermanos como si
fuera un manjar de dioses. También a aquel hombre se le humedecieron
los ojos. Y a nosotros, claro. Muchas otras veces la he visto dar
comida o dinero a gente que pasaba pidiendo y aún hoy, si mi
hermana en un arrebato de mala uva les despacha sin nada, se le
llenan los ojos de lágrimas y con un nudo en la garganta nos dice
“Con la vergüenza que debe dar pedir, y vete a saber porqué lo
hará”. Para ella es imposible de entender el mundo de las mafias y
sólo cree en la motivación del hambre (que para algo vivió la
posguerra). Nosotros, más modernos, tenemos más duras las entrañas.
Pero
Cristian me removió por dentro, no sé porqué. Tal vez por mi
imaginación desbocada que me hizo preguntarme qué habría llevado a
un holandés alcoholizado hasta una secundaria avenida de una
población tan poco “glamorosa” como Badajoz. A lo mejor
fue por su físico, realmente atractivo, o por su locuaz
comportamiento, o...por la pena que me dio ver a alguien con una vida
que podría ser de otro modo tirado allí, desperdiciado.
¿Qué
llevará, por Dios, a una persona a esconderse en el alcohol? Quiero
imaginar a modo romántico, si es que puede clasificarse de ese modo
a algo que te hace tirar tu vida por la borda, que fue el desamor de
una mujer. Pero aún así ¿dónde está el punto que te hace pasar
del desgarro del dolor al adormecimiento de unas cervezas? ¿Cómo se
llega a eso? Supongo que nunca lo sabré porque no me llama el
alcohol ni el resto de denominadas drogas blandas... (Nunca he oído
de un cafeinómano que mendigue, la verdad, ¡aunque con la crisis,
quien sabe!)
A
lo que íbamos, que divago; aún mi recuerdo se demora a ratos
pensando dónde andará Crhistian, junto a qué portal pedirá y si
habrá encontrado alguien noble que lo acercara a Portugal. También
a Ángeles le ocurre. Somos dos bobas de cuidado. O no.
Pero
ojala los Crhistian del mundo no existieran. Aunque sólo fuera por
no llenar de tristeza los recuerdos de los afortunados que sí
tenemos una vida “normal”. Y que, el destino lo quiera, siempre
podamos tenerla.
7/
7/ 2013
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