"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 31 de octubre de 2013

"La despedida"


La madrugada comenzaba a despejarse lentamente y el frío era tan intenso que de las bocas salían toneladas de vaho formando un cálido y extraño paisaje.
 Dejó el equipaje a mis pies, de manera rara, un tanto ausente. Mi corazón le reprochó que no aguardara a verme partir para mostrar su indiferencia, pero mi orgullo logró sostener una sonrisa amable, casi alegre de tan falsa, y nada indicó que yo conociera su crimen, su venidera infamia. Mi sonrisa removió sus brazos que me cercaron como antes, cuando era mío y yo creía en él. Ahora lo simulaba, pero sabía que todo era falso, que ya no me cobijaba por ternura sino por pura inercia; y que sus manos no apretaban las mías con pasión sino con remordimiento. No obstante, respondí a su gesto y nos encerramos en un beso breve, de amigos; creí notar un intento de alargarlo pero me negué a participar más de lo correcto en la parodia pese a que el deseo me consumía mirándolo tan cerca, respirando ese aroma de aftershave que me traía a la memoria tantos recuerdos... y un latigazo de celos se fundió con ira sorda al pensar que ahora otra mujer podría sustituirme en su intimidad. Lo arañé sobre la ropa sin que siquiera lo notara, tan abstraído estaba buscando no sé qué bajo mis ojos; me angustió que pudiera intuir que yo sabía y dibujé otra sonrisa falsa aún más amplia, más dolorosa.
 Entonces sonó un pitido agudo, molesto, y el altavoz desgranó su mensaje informativo:
“Tren con destino a Madrid, procedente de Badajoz, va a efectuar su entrada en el andén número dos. La parada será de tres minutos.
- Bien, ha llegado el momento.
Me fascinó su voz. Por unos instantes no analicé el mensaje y me dejé seducir por el sonido. Rememoré el momento aquél en que lo conocí, cuando a su mirada verde unió un saludo amable y se metió en mi vida tan aprisa que ahora no podía parar de preguntarme a qué me iba a dedicar cuando quisiera sentirme conquistada; sería inútil buscar otros brazos como aquellos, u otros labios, pero sobre todo iba a ser imposible localizar otra voz que susurrara banalidades tiernas como ésta lo hacía. En un impulso busqué en rededor deseando captar una voz entre el barullo que gritara “¡Sí, es posible! ¡Hay otros brazos, otros labios, otra voz!” Pero fue mentira, no escuché nada. Y lo cierto es que ni siquiera deseaba oírlo. No deseaba otro ser que no fuera él, ni otra vida feliz con cualquiera. Deseaba el pasado en común, realizar el futuro planeado, la intensidad de los momentos recientes.
 Lo deseaba a él con toda mi alma.
  El tren apareció en la estación como un toro en el ruedo, bramando; iluminando el recinto, movilizando a los presentes, levantando despedidas y obligando a ponerse frente a él para tomarlo o dejarlo.
 Busqué sus ojos por última vez; apreté nerviosa las solapas de su abrigo y vi brillar una lucecita divertida en sus pupilas antes de que se inclinara para regalarme un beso, pero de nuevo mi orgullo le retiró los labios y en gesto que quiso ser nervioso me atusé el cabello y supliqué:
 - Ayúdame con el equipaje.
 - Claro, cariño.
La tentación de arañarlo por su falsedad me impulsó a andar más deprisa y a subir los escalones metálicos con la celeridad de una película muda. Agradecí el ajetreo que precede a las marchas y me entretuve en colocar las maletas, sonreír a los pasajeros y buscar en el fondo del bolso mi billete antes de bajar la ventanilla y enfrentarme al rostro infame que me abrasaba por dentro.
Continuaba allí, hipócritamente cálido, dejando resbalar una sonrisa cariñosa por sus labios y algún que otro guiño malicioso, augurio de momentos felices para cuando regresara. Sólo que yo no regresaría; tampoco él estaría allí, o en nuestros viejos rincones para revivir el amor; y aunque ninguno lo confesamos, en el fondo yo tenía la sensación de que era una despedida anunciada, un adiós latente.
 “Tren con destino a Madrid, procedente de Badajoz, estacionado en vía segunda, andén segundo, va a iniciar su salida.”
 Me martilleó la mente el mensaje de la azafata; me aferré a los bordes de la ventanilla y busqué sus ojos, le bebí los labios, le supliqué en silencio unas palabras que me retuvieran, que impidieran mi huída, que me invitaran a revocar aquel sin viaje sentido. Incluso ansié que me lo dijera falsamente. Pero sus labios sólo emitieron un sordo adiós, tan bajo que pareció decírmelo a mí y a los cuatro años compartidos.
 Agité la mano y su figura se hizo borrosa, empequeñeciéndose en el conjunto gris de la estación; sumándose a las ventanas esmeriladas, a las puertas de marcos carcomidos y a los carteles publicitarios de Ducados y Alimentos de Extremadura. Como una prolongada tortura aparecieron después la tapia horadada por un obús cuando la guerra, los campos yermos cubiertos por la helada de la noche y alguna que otra alameda lejana recortándose entre las colinas.
Y en todo aquel paisaje, su silueta siempre viva, nítida, hasta el extremo de sentirlo allí, tras la ventanilla.
 Ahogué el sollozo que me subía del pecho y cerré los ojos un instante; deseaba dejarlo a él en la oscuridad de mi interior. Resultó difícil, pero el recuerdo de su infamia, de su falso amor, reactivó mi orgullo y puso un latido en mi sangre parecido al de aquel día en que supe la historia y decidí dar un paso al frente, el que ahora daba, el que me empujaba a una nueva vida lejos de él, de mis costumbres, de mi seguridad.
 Bien. Ya sabía que sería duro; pero más lo hubiera sido soportarlo cerca y no poder tocarlo, no poder tenerlo. Nada podía esperarme más allá de aquellas vías que resultara más doloroso. Y yo sería fuerte. Sabía que lo sería. Y saldría victoriosa. Y olvidaría.
Algún día, quién sabe cuándo, olvidaría.
 
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martes, 29 de octubre de 2013

"A mano amada" de Angel González ( 1922- 2008)







A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más  negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
                                                                   otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
                                          me reclaman.

Reconozco los rostros.
                                                No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
                                            la memoria.

jueves, 24 de octubre de 2013

"Ser mujer"


Me encanta ser mujer. Eso por adelantado. Jamás he deseado ser  hombre, por muchas ventajas que su sexo les proporcione. Y aunque esto suene muy natural, tal vez en mí no lo sea tanto ya que me caracterizo por la “rareza” de que, desde muy joven dije que no quería ser madre, pese a que ese parezca ser el objetivo de toda hembra que se precie. Da igual. Con esa peculiaridad y todo, me encanta ser mujer.
 Siempre he elogiado ardientemente ante mis alumnas a las mujeres que hicieron posible el que otras de su misma especie pudieran tomar conciencia de sí mismas y de su valía. Desde Hipatia de Alejandría (gracias Amenábar, por sacar su nombre de las enciclopedias y mostrarla al mundo) hasta la última premio Nóbel del campo que sea. Han sido miles las mujeres que se han dejado la piel, las lágrimas e incluso la vida en ese largo camino. Y todo para que hoy, la mayoría de nosotras, ni siquiera las conozcamos. Pero gracias a ellas votamos, trabajamos en los mismos oficios que los hombres, decidimos nuestro futuro, nuestra tendencia sexual…Somos libres. Dentro de lo que las personas podemos serlo, claro, pero no voy a entrar en filosofías.
 No obstante, esta idílica visión se empaña en cuanto comprendo que vivimos así un porcentaje tan pequeño de población en comparación con las mujeres que pueblan el mundo que entran ganas de llorar de angustia. Las europeas, las americanas, las australianas (por hablar de continentes) sí tenemos esos privilegios, pero ¿qué pasa con las africanas y las asiáticas? Y si nos adentramos en las razas ¿qué decir de las gitanas, las indígenas americanas, las negras (me niego al eufemismo “de color”, ni que habláramos de pinturas)…?
 Todo esto viene a que hace poco visité una exposición de la Fundación Vicente Ferrer; en ella se relata la vida de varias mujeres hindúes con vidas traumáticas y que, pese a las adversidades, han conseguido mejoras para sí misma y su entorno. Era una visión llena de esperanza porque a pesar de tener sida (por culpa de su marido), de ser viuda, de tener alguna discapacidad…esas mujeres han logrado, a través de asociaciones, tener una vida plena, en la que no sólo se han salvado a sí mismas de la exclusión sino que continúan ayudando para que otras mujeres no padezcan lo que ellas sufrieron. Eso me conmueve hasta el fondo de los huesos. Porque… ¿Cómo no me voy a sentir orgullosa de ser mujer si hay personas como ellas? ¿Cómo voy a quejarme de mis pobrezas, mis limitaciones, mis tonterías, si ellas viven cada día un infierno y saben sacarle provecho?
 ¿Nos daremos cuenta las mujeres afortunadas del mundo de lo mucho que les debemos a esas mujeres y a las que en el pasado sufrieron por nosotras?
 Como no tengo alma de heroína, les doy las gracias con toda la humildad de mi corazón y me limito a poner un mínimo gramo de arena tratando de que las personas que se mueven a mi alrededor sean conscientes de ello.
 Ojala sea suficiente.


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martes, 22 de octubre de 2013

"Mis manos y mis labios y mis ojos..". Jorge Guillén ( 1893-1984)





 Mis manos y mis labios y mis ojos
rehacen
con creciente embeleso
próximo al éxtasis,
activo sin embargo,
un incesante viaje
de reconocimiento que a la vez descubre
tanta comarca donde nunca es tarde:
Aurora permanente
sobre cimas y valles.


Entre las combas y las sombras
de tu hermosura no me pierdo,
y tu nombre claro proyecta
luz muy personal sobre tu cuerpo,
que está en mi amor y fuera de
su mágico radio secreto.
Y a esa tu vida, más allá,
bajo sol y luna me entrego,
toda tú estás conmigo,
nuestro doble futuro yo lo quiero.

martes, 15 de octubre de 2013

VII Rima de "EL libro de los gorriones". G.A.Bécquer ( 1836-1870)




Voy contra mi interés al confesarlo,
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica... ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.



Mis felicidades, un año más,  para la bella mujer en la que se ha convertido Elena.

martes, 8 de octubre de 2013

"Cuando nos separamos..." Lord Byron ( 1788-1824)



Cuando nos separamos
en silencio y con lágrimas,
con el corazón medio roto,
para apartarnos por años,
tu mejilla se tornó pálida y fría
y tu beso aún más frío...
Aquella hora predijo
en verdad todo este dolor.
El rocío de la mañana
resbaló frío por mi frente
y fue como un anuncio
de lo que ahora siento.

Tus juramentos se han roto
y tu fama ya es muy frágil;
cuando escucho tu nombre
comparto su vergüenza.
Cuando te nombran delante de mí,
un toque lúgubre llega a mi oído
y un estremecimiento me sacude.
¿Por qué te quise tanto?
Aquellos que te conocen bien
no saben que te conocí:
Por mucho, mucho tiempo
habré de arrepentirme de ti
tan hondamente,
que no puedo expresarlo.

En secreto nos encontramos,
y en silencio me lamento
de que tu corazón pueda olvidar
y tu espíritu engañarme.
Si llegara a encontrarte
tras largos años,
¿cómo habría de saludarte?
¡Con silencio y con lágrimas!

martes, 1 de octubre de 2013

" Campo de batalla" de Rafael Alberti ( 1902-1999)



Nace en las ingles un calor callado,
como un rumor de espuma silencioso.
Su dura mimbre el tulipán precioso
dobla sin agua, vivo y agotado.
Crece en la sangre un desasosegado,
urgente pensamiento belicoso.
La exhausta flor perdida en su reposo
rompe su sueño en la raíz mojado.
Salta la tierra y de su entraña pierde
savia, veneno y alameda verde.
Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.
La vida hiende vida en plena vida.
Y aunque la muerte gane la partida,
todo es un campo alegre de batalla.




“Ojala todas las batallas de la especie humana  fueran así.”