"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 28 de septiembre de 2017

Los viejos roqueros...


Regresar a mi pueblo ha supuesto un cúmulo de sensaciones contradictorias; por un lado la alegría inmensa de reencontrarme con los míos, y por otro, la tristeza de abandonar una ciudad donde dejo amistades valiosas y un barrio en el que me sentía integrada. Para que la cosa no fuera tan dura me zambullí en los festejos de la feria y he disfrutado a tope con el concierto de Melendi ( ese tío es un poeta y un crack en el escenario) pero casi un pelín más – cosas de la edad, imagino – con el de Burning. Fijo que muchos ni los conocéis, pero para mí son el símbolo de una época roquera, de fogatas a la luz de la luna y viajes en autos a oscuras. Hacía siglos que deseaba coincidir con un concierto suyo y cuando al fin he podido estar no me han desilusionado en absoluto. ¡Y eso que ya ESTAMOS viejos! ¡Dios mío!, de los originales sólo queda un miembro y cuando salió a cantar llevaba manga larga bajo la chupa! Claro que hacía un frío del c… Hasta cerca de las dos estuvimos aguardando que comenzaran, escuchando a otros grupos que, no es por nada, pero no eran ellos. Soporté frío, dolor de pies, me «coloqué» con la gente que tenía al lado, aguanté empellones... pero por encima de todo me enterneció contemplar familias enteras - los padres con aires de los 80 y los hijos respaldándoles - siguiendo la actuación. ¿Qué tendrán ciertos estilos musicales que tendemos a perpetuarlos en nuestros retoños con énfasis? Ese rasgar la guitarra imaginaria o tocar la batería...esos vaivenes de caderas… ¡Qué gustazo!
Escuchar en directo a una banda de rock no tiene precio. Escuchar letras como «Qué hace una chica como tú en un sitio como este» o «Mueve tus caderas» o «No es extraño que tú estés loca por mí» . ¡Guay! Ni frío, ni pies, ni porros. Integración absoluta y griterío siguiendo los alardes vocales del cantante...Juventud recuperada. Corazón ensanchado.
Gracias Burning. Por tantos buenos ratos.


jueves, 21 de septiembre de 2017

Bajo el sol del atardecer


Un hombre solo frente al mar, absorbiendo la fuerza del océano que refleja el color  de sus ojos claros , imbuyendo de energía su espíritu rebelde aún hoy, después de negar durante tantos años que lo común no va con él, que tiene madera de líder, que le va el riesgo y la aventura, que le aburre soberanamente la realidad  cotidiana. Se esconde tras un halo de humildad pero es gallardo y arrojado. Sólo mirando a través de sus iris azules puedes percibir ese toque de vulnerabilidad...su ternura que, pese a esconderla, a todos  los que le amamos  nos salpica.

Sus pasos dejarán huellas en la arena;  el sol que calienta su cabeza y morenea su piel matizará la ira de sus palabras cuando de conversaciones transcendentales se trata. Porque es un ídolo con pies de barro, como todos;  tan humano que la inmensidad de una playa lo engulle como un ser invisible.



Con todo el amor que mereces.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Cara y cruz


Tengo una suerte negra. Estaba tan tranquila en casa, con la comida y la cenita organizada, liada con mis cosas, cuando recibo un mensaje de mi amiga Julia: «Mis hijos me han dejado tirada a mediodía. Me voy con Miguel a picar algo ¿ te apuntas? » Y yo, pues claro, me apunto. De paso, no cocino mañana, que con los calores del verano lo llevo fatal. Me acuerdo del sitio espectacular que descubrí el otro día y le digo «en tal a las dos y media». Llego la primera y descubro, pasmada, que sólo hay postes de toldos y persianas bajadas. En toda la plaza, un solo local abierto. Cruzo los dedos y allá que me largo, esperando pillar mesa...Y la pillo. Para bien o para mal, la pillo. Cuando llegan mis amigos estoy bebiendo tinto de verano y sudando desde la nuca al culo. Empapada, vamos. El interior hasta los topes. Con aire acondicionado, faltaría más. Discutimos si quedarnos o largarnos a casa y Julia dice que nanai, que ya que se ha arreglado, ella está muerta de hambre y aguanta. Pedimos ronda de bebidas. Esperamos. Las mesas de alrededor van quedando vacías. Normal, el calor abrasa. Rogamos por los ventiladores muertos de asco en una esquina y cede la chica en ponérnoslo, eso sí con cara de ogro. Suplicamos la bebida y nos da un alegrón «Dentro se queda una mesa libre» La asaltamos y nos traen las cervezas. Pedimos unas tapitas y una ración para compartir. La tele a toda pastilla, aunque nadie la atiende; esa jodida manía de los bares. Nos entra la risa tonta; « con la mugre de la mesa, a la cocina ni asomarse» «la camarera sigue missing» «están sirviendo a esos que ya estaban cuando llegamos; igual nos toca» Y nos toca. Hora y media después de haber llegado. Cuando traen la cuenta que si queremos chupito. ¿Chupito? ¡Son las cinco de la tarde, lo que queremos es la siesta que nos han robado! Pagamos sin dejar propina ni dar las buenas tardes; en plan groseros, cierto, pero vamos, es que el servicio ha sido de dejar comentarios en internet. Juro que a mí esta gente no me ve más el pelo.


¡Estoy hasta las...! Al imbécil de mi jefe se le ha ocurrido abrir hoy, después de un extenuante puente de la Virgen, que anoche recogimos a las dos y media, y hoy a las doce estaba a pie de calle, con el delantal y el maldito uniforme negro que me asfixia de calor. La plaza entera está vacía y somos la única oferta para que a medio barrio se le ocurra salir un miércoles a comer fuera. Todos con prisas. Con sus consumiciones delante, sus vacaciones, sus risas...y yo aquí como una imbécil intentando poner buena cara mientras suelto «de eso no nos queda» , porque claro, con una cocinera sola en la cocina y conmigo haciendo de pinche cuando estamos menos liados, mi jefe piensa que sobra, pero no sobra, que la gente pone el gesto desabrido y termina con irónicos «pues tú nos dirás qué os queda» o «bueno está, nos aguantaremos», que de todo hay entre la clientela. Para remate, me llegan tres y dale con el calor, que les ponga el ventilador.¡Con él les daba en la cabeza! Pesa un huevo y el tío ni se ofrece a ayudar. Encima, me avisan de barra que queda una mesa libre y se la ofrezco. Ven el cielo abierto, a ver, pero ni las gracias dan. Les sirvo como puedo y me ponen a cien con sus miraditas de «ya te vale». ¿Ya te vale, capullos? Mientras ellos se ríen, sirvo mesas, pelo patatas,friego vasos, reparto cuentas...Intento ser amable y les ofrezco un chupito al final. ¡Menos mal que no han querido!¡ 41 con 10 y hasta los diez me han dado! 


Este relato lo he escrito para la revista digital 20 minutos.No es incompatible que lo comparta en mi blog así que ahí os lo regalo. (Basado en un hecho real, que se dice) 

jueves, 7 de septiembre de 2017

La añoranza del regreso





Recuerdo cómo, de pequeña, a lo largo del verano se llenaba el pueblo de forasteros que acudían al calor de la familia. Era divertido conocer caras nuevas, contemplar la Avenida rebosante de gente, las terrazas abarrotadas, escuchar en la piscina acentos de otras provincias. La vida que adquiría Don Benito lo convertía en un lugar atractivo, distinto del aburrido pueblo del invierno. Al menos desde mi percepción de niña.
Con el paso del tiempo la situación cambió. La gente de fuera prefirió las playas y la de dentro también. Pasear a la una de la madrugada en pleno verano era hacerlo por calles vacías. Lo comentábamos con tristeza los que quedábamos, sin otro sitio de reunión que la piscina porque los fondos no nos alcanzaban para más.
Hasta que nos llegó la oportunidad y también nosotros nos fuimos. Unos solo durante el verano y otros para todo el año. Estos últimos descubrimos lo que significa la «añoranza del regreso».
Tras vivir más de veinticinco años fuera de «mi casa» puedo comprender cómo se sentía aquélla gente que acudía verano tras verano al reencuentro con los suyos. También entiendo que dejaron de hacerlo no porque prefirieran la playa sino porque sus hijos ya tiraban para otros lares, poco identificados con el concepto de familia que sus progenitores acunaban en su corazón. Lo que no se asimila no se ama. Y para esos críos Don Benito debía ser, simplemente, «el peñazo de pueblo de mis padres».
Para los que nacimos allí, no obstante, cada calle tiene un significado, cada rincón del parque, cada bar, cada comercio...Nos enorgullece contemplar cómo ha crecido, cómo hemos pasado de llamarnos «villa» a serlo de verdad; en definitiva, cómo ha prosperado. Y puedo asegurar que, en cada regreso, por fiestas del tipo que fuera, me ha encantado retornar a mis orígenes, sentirme «calabazona» hasta la médula, presumir de pueblo.
Ahora que me dedico al arte de escribir pregono mis raíces, alardeo de extremeña y de dombenitense donde quiera que paro. No en plan regionalista ni nada de eso, que me resulta cateto siendo el mundo tan grande y mi alma universal, pero sin querer, algo en mi interior me lanza a definirme de ese modo, a dejar claro que en un remoto lugar - para mucha gente - nacimos personas que creamos, que intentamos construir un mundo más bello.
Esa necesidad que nos nace de dentro parece ser imperativa de «la gente de pueblo», según he podido contrastar. En las ciudades grandes no tienen tanto afán por definirse. Somos los emigrantes laborales o «los hijos de», los que parecemos sentirlo. Hace unos días, en Galicia, una escritora desconocida para mí, me abrazó de sopetón y me llamó «paisana». Y eso que vivía en Asturias, nacida allí, y su padre había emigrado al norte desde un pueblo de Badajoz cuando apenas era un muchacho. »Pero todos los veranos vamos unos días, porque la tierra nos tira», aseguró, contundente.
Y resulta que es cierto, que tira. Tira tanto que he decidido volver para siempre. Regreso a mis raíces, a mi familia y mis amigos. A mi hogar.


Esta reflexión la he escrito para la revista de la feria de mi pueblo, que es esta misma semana,  y ya que muchos de los que me seguís no vais a poder tenerla a vuestro alcance, he querido compartirla con vosotros. Abrazos y bienvenidos.