"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 2 de noviembre de 2023

PRÓLOGO de YOLANDA REGIDOR.

 


 Este es el precioso prólogo ( completo, porque hubo un incidente en el libro y salió a la mitad ) escrito por Yolanda Regidor, escritora y amiga, para "Cuando nada sucede", la recopilación de trabajos del  II Taller de Escritura Creativa, patrocinado por la Biblioteca de Don Benito. 

Si no conocéis a Yolanda, no dejéis de leer "La última cabaña", editada por Lumen. 


Cuando tienes una revelación siempre te preguntas por qué no la has tenido antes. Es como si  todas las piezas del Tetris se ordenaran en el aire y cayesen perfectamente colocadas en la línea, que desaparece dejando una sensación efervescente. De pronto, tienes más espacio, más tiempo, más vida, una posible partida extra.

Escribir es algo así. Es una revelación que a mí me sigue pareciendo milagrosa. Sin embargo, ponerse a hacerlo no es tarea sencilla, como no lo es encontrar el mejor método para organizar. 

Hay algo común en todo el que escribe: una cierta incomodidad en su vida. Es en esa inquietud que nos provoca el desorden donde está el germen de la escritura, porque este es el instrumento para disponer, para desenredar emociones que son, a menudo, muy complejas, más aún, -precisamente- en las personas que sienten el impulso de ponerlas sobre blanco. La vida nos resulta caótica, todo es farragoso hasta que las piezas se colocan, y solo cuando lo hacen, el aire nos resulta más ligero.

Bien; aprendido esto, ya sabes lo que tienes que hacer para respirar. Ahora volverás a hacerlo cada vez que lo requieras. El bolígrafo o el ordenador serán para ti una suerte de drenaje. Y podría ser suficiente con eso, pero resulta que la inquietud no cesa, que notas una necesidad de explicarte mejor porque la simple tarea de escribir ha hecho que empieces a ver el mundo de otra forma. Comienzas a prestar atención a tus propios pensamientos, a lo que sientes. Es
un acto de introspección, de búsqueda y descubrimiento, externo a través de tu piel, e interno a través de la reflexión íntima. Y te asombras, porque es asombroso. Se han despertado tus sentidos y ya no es posible cerrarse. Ahora te dicen cosas que antes pasaban desapercibidas; puedes ver lo real y lo irreal, oler más allá de los efluvios, degustar sabores que otros no pueden apreciar, oír lo que no se dice, tocar bajo la superficie de las cosas, sentir lo que los demás no sienten. Y exactamente en esto último está el precio a pagar: cierta incomprensión, soledad.

Es, siempre me viene esto a la cabeza, como esa queja repetida de las madres que se pasan horas en la cocina para que su familia se lo coma todo en un minuto y después, solo si les pregunta, digan que sí, que ha estado rico. A mucha gente que escribe le sucede esto. Los que están a su alrededor nunca se han metido en la cocina.

Incomprensión y soledad. Esto es, creo, lo que lleva a las personas a acercarse a un taller de escritura: el impulso tribal de encontrar a los tuyos. 

Cuando Mercedes Gallego, colega y amiga, me invitó a acompañar una tarde a sus alumnos, esperaba ver lo que es habitual en muchos de estos talleres, que no es otra cosa que un grupo de gente letraherida con un afán desmedido por publicar o hacer contactos que le faciliten lo anterior; quizá también aprender un poco, sí, lo que haga falta, pero siempre en términos de resultados palpables. Las generalizaciones sirven para hacer la vida más fácil, pero también más injusta, pues nada más lejos de esto. Lo que me encontré fue una hermandad que no había querido disolverse cuando se acabó la programación del curso; unos escritores que pedían más, que se negaban a abandonar su tribu porque nunca acudieron a ella con un “para”, sino con un “por”. Por un motivo, y no para un fin. Es mirar la razón, y no la finalidad, pues la causa por la que escriben es esa pulsión genuina que no se pierde.

Habían llegado al clan de una manera limpia, hermosa, al modo de los niños que se relacionan en el colegio sin que nadie los presente como ‘hijos de’, ‘residentes en’ o ‘pertenecientes a’. Y sin embargo, ya se conocen muy bien. Se han ido tratando por escrito, y cuando esto sucede, se da un hecho extraordinario: el conocimiento profundo se da antes que el superficial. Regalándose semana a semana sus letras, han ido sabiendo de los intereses de cada uno, de sus anhelos, de sus miedos y sus fantasías..., aquello que nos hace de verdad ser lo que somos. Y esto es algo que funciona hacia fuera y hacia dentro, pues también cada uno se va a conociendo a sí mismo a través de sus recuerdos -la vida es revisar y revisar-, reparando en las propias ausencias y presencias; va descubriéndose en los personajes que construye, puede ver lo que estos llevan dentro -pues beben de lo suyo-, son capaces de descargar en ellos su libido y, en fin, revelarse a sí mismos lo que Larkin llamó “las ciegas marcas”, y es que al escribir siempre se decanta el poso de nuestra vida.

Esto nos lleva al punto culminante. Tras la insatisfacción que dio lugar a ‘ponerse a escribir’, y después de la incomprensión y la soledad como motores hacia la búsqueda de ‘la familia’, ahora es preciso acabar con los temores asociados a la escritura y liberar la imaginación. Hay que sortear la autocensura, olvidarte del pudor, del miedo a ponerte en evidencia, a revelarle tu yo a los demás miembros de la tribu. Y por último, dentro del respeto hacia las voces de los demás, estar dispuesto a dar y recibir críticas, correcciones y podas, algo que no es tan fácil.
Es necesaria mucha dosis de humildad para darse cuenta de que, tal vez sí,tienes un armario lleno de palabras, pero al igual que con la ropa, a veces no las combinas bien.

Este clan ha superado todo esto -que no es poca cosa-, y eso les ha permitido comprobar que no hay desafío más ilusionante que el de procurar darle a una escena, a un pensamiento, a una emoción, a un recuerdo o a un sueño la posibilidad de la belleza.

Conseguido esto, llega la suave caricia al ego, este reconocimiento que es el estímulo para una nueva historia. Que así sea.

                                                               Y. Regidor

 

 


1 comentario:

  1. Un prólogo grandioso y una reflexión muy interesante e incisiva, muy útil para todo el que se considere escritor, y para aquellos que no lo han probado nunca. Enhorabuena!! Un abrazo. Isa

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