"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 14 de junio de 2018

Obras


Tres meses. Tres interminables meses de martillos mecánicos, pala excavadora, hormigoneras, cortadoras y demás zarandajas usadas en construcción invadiendo la calle, emitiendo sus zumbidos y pitidos… Tres meses. Sonriendo a los curritos porque, a ver, ellos no tienen la culpa, hacen su trabajo; preguntando «¿cuánto os falta?» cada dos días con la esperanza de que la respuesta sea «Ya acabamos», pero no… «Antes del verano», dijeron en enero. Pasaste la navidad con los suelos embarrados porque era imposible subir a tu casa sin llevarte los restos de la obra en los zapatos: pasaste de limpiar las cristaleras porque el polvo inundaba los rincones con ahínco, pasaste de las pisadas por la lluvia que se aunó para hacer más complicado el asunto… y al fin llegó el buen tiempo y no pudiste abrir las ventanas porque ese pitido que te despertaba cada mañana y te impedía dormir la siesta, era un ruido estridente con las hojas de par en par.
Esa mañana te pusiste la ropa de deporte como cada día, antes de que llegaran, cogiste unas tijeras de podar… y les cortaste el cable del odioso motor que alimenta la maquinaria. Cuando hiciste el regreso los pillaste malhumorados, bufando de la mala gente que hace daño porque sí… y esbozaste una sonrisa perversa, de venganza. Pírrica, pero venganza al fin y al cabo.
¿Quien puede culparte? ¿A quién no ha desquiciado una obra?

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