"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 5 de septiembre de 2019

Ganadora del I Certamen Cartas de (des) amor Mercedes Gallego

                                                                        Don Benito, marzo de 2018
                                                                          Sr. D. Fernando Abella Bonilla
                                                                        (Allá donde tú estés, yo te la llevo)
Amado Fernando:
¡Ay, querido amigo, aún me tiemblan las manos al escribirte y todavía no se me han secado las lágrimas! Antes bien se me han sumado las ocasionadas por tu repentina defunción y las de la recepción de tu carta. No sé cómo has podido hacerlo pero sí veo y sé, que lo has hecho. Se me suma todo en una amalgama de sentimientos confusos, no todos tristes, es verdad, pero donde la nostalgia por un tiempo que no fue y la tristeza por lo último que fue se me acumulan en el alma como un trago amargo, indigesto, imposible.
Me enteré de tu defunción en el mismo día que ocurrió, pues tu hermana, que algo intuía de este afecto mutuo, intenso, desbordante, oculto y callado que nos hemos profesado durante tantos años, me telefoneó para comunicármelo. Fue un mazazo, por inesperado y porque siempre pensamos que los seres queridos nos sobrevivirán y, en consecuencia, estarán ahí con las flores para nuestro velatorio y nuestro funeral. Y he sido yo, he tenido que ser yo, quien cumpliera con esta penosa costumbre. Yo he tenido que llevarte un ramo de petunias, ya ves, aún me acuerdo de tus flores predilectas, y puse sobre las mismas una copia del soneto de Francisco de Quevedo, que se puede decir, de alguna manera, que he recibido de vuelta: “Polvo seré, más polvo enamorado”.
Nuestro amor fue un silencio compartido, una mirada cargada de ternura en nuestros casuales encuentros, una sonrisa trasmitiendo mutuamente ese sentimiento que las circunstancias familiares de uno y otro nos obligaron a reprimir, pero que brotaba cada vez con más fuerza si en alguna ocasión, en una ciudad pequeñita, como la nuestra, nos llegábamos a encontrar. Dos o tres veces al año, es verdad, pero que para mí servían para proporcionarme dicha y emoción continuada hasta el próximo encuentro. Sólo tuvimos dos abrazos en nuestra vida: cuando te despediste para marcharte a América, en busca de esa fortuna que tan esquiva se te mostró y cuando, ya de vuelta, fuiste a darme el pésame por la muerte de mi marido. Dios me perdone, pero te juro que en aquel abrazo tan profundo y largo, en aquellas lágrimas sobre tu hombro, sentí como si recibiese un premio por los sacrificios, amarguras y cuidados que me supuso su larga enfermedad y sentí... sentí internamente una inmensa alegría de poder conectar física y emocionalmente contigo, aunque fuese sólo a través de aquel abrazo protocolario en una sala mortuoria.
Imagínate mi sorpresa, cuando hoy recibo una carta de la Notaría de Mérida, la abro con extrañeza y me encuentro dentro con un sobre donde venía todo lo que tú me habías escrito: tú, mejor que nadie, desde donde estás ahora, tienes que saber lo que es recibir la declaración de amor de un difunto. Una declaración que se ha demorado nada más, y nada menos, que cuarenta años. Cuarenta años esperándonos, entre el recuerdo y la ausencia, cruzando rumbos pero no destinos, abriendo sueños, pero no proyectos, salvo el de una afectuosa soledad sentimental, compartida en la distancia e igualada en la intensidad. He leído y releído cien veces aquel poema de Rafael de León que decía
“Tú te has casado con otro,
Yo con otra hice lo mismo...”
y mira, Fernando, te juro que las más de las veces he pensado que Rafael me conocía y había escrito el poema pensando en mi realidad y en mis sentimientos.
Tu carta es triste porque no estás, pero ¡cuánto amor, cuánta alegría, cuánta ternura me ha traído! Ahora mismo, mientras la contesto, aún no sé si llevarla conmigo en mi último viaje para entregártela en mano en otra vida o dejarla sobre tu tumba, pero sonrío amargamente entre las lágrimas por ese premio tan grande, ese regalo tan inesperado, tan exclusivo, tan tuyo, como ha supuesto el transmitirme tu amor, ese amor que siempre tuve, del que nunca dudé, que nos hemos callado por respeto pero que hemos sentido por dentro como un incendio devorador Transmitirme tu amor, repito, después de muerto.
Te fuiste, es cierto, pero con esa carta, que me ha llegado hoy y escribiste, sin duda, meses atrás, lo mejor de ti quedó conmigo.
Siempre tuya.
Esmeralda Mendoza


Con esta preciosa carta ganó el I Certamen  Cartas de (des) amor que lleva mi nombre don  José María Montes Presa, de 66 años y residente en Oviedo, el pasado 14 de febrero. 
Como el premio consistía en la publicación online en la Revista de Historia de las Vegas Altas, en el número correspondiente al mes de Junio de 2019 , no he podido hacerla pública hasta este momento, pero qué mejor manera de empezar el nuevo curso bloguero que con semejante joya. 
Volvemos a la carga con renovadas ilusiones y mucho, mucho amor.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario