"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 8 de septiembre de 2016

Mi contribución a la revista de feria de 2016


Cuando era pequeña disfrutábamos de dos ferias en Don Benito, una en febrero y otra en septiembre. No conozco el motivo de que se celebraran dos ni tampoco el porqué de que finalmente se redujera a una pero admito que la fecha es la más acertada. En febrero hacía un frío desagradable y daba más pereza salir a la calle pero con el fin de los calores veraniegos y la entrada inminente en los estudios, ésta se aprovechaba muchísimo más.
Personalmente, que llegara la feria suponía, de pequeña, estrenar ropa. Supongo que era una costumbre común. Mi hermana y yo nos reímos a carcajadas cuando evocamos unos trajes de mezclilla a cuadros, cada una de un color diferente, con pantalón de campana y cazadora corta, que mi madre nos encargó en una modista (lo normal en esa época, hasta que también empezamos a comprar en la antigua tienda de Estanis y Emilia (hoy Emilia Modas desde que dividieron el negocio ambos hermanos) en cuyo mostrador me encontraba con mi amiga del alma, María Romero.
Estrenaríamos otras cosas pero, no sabemos por qué, esos trajes se han quedado grabados en nuestra memoria. Debieron gustarnos mucho a pesar de que ahora los vemos horripilantes.
Pensar en la feria es, además, evocar a mi madre subida con nosotros (mi hermano Manolo añadido) en el “gusano loco” y su cara de horror al descubrir, cuando nos bajamos, que había perdido la peluca. La usaba por coquetería y porque estaba de moda en esa época, no como ahora que se suelen llevar por motivos más tristes; la tenía en alta estima por lo que allí nos veas a los cuatro rogando al maquinista que nos la buscara a cualquier precio. No pudo ser y mi madre no sé cómo se las arregló para salir de allí sin demasiado mal aspecto. Hasta la mañana siguiente no estuvo aquel engendro en casa, de vuelta a su maniquí.
¡Qué curiosos son los recuerdos que se agolpan así, por las buenas, haciendo que olvidemos otros que quizá también tuvieron su importancia!
Imposible no rememorar la sensación única del hormigueo en el estómago montada en el zigzag o el pulpo, la presencia imprescindible en los coches de choque ya que era el lugar de citas para ver a los niños que nos gustaban, el placer del vaivén del tiovivo...
Con los años una se va haciendo cobarde y ya, tras haber estado a punto de “morir de pavor” en un galeón, se acabó para mí la aventura de las atracciones de feria. Triste pero cierto.
Ahora esa fiesta implica copas y baile. Además, prefiero el mediodía a la noche. Con todo, debo admitir que llevo unos años sin apuntarme al carro de ese festejo. La vida no me ha dado la oportunidad de acudir al pueblo en dichas fechas por más que yo haya querido vivirlas.
Uno de mis recuerdos preferidos es el de un mediodía en el que me junté con mis hermanos y mis sobrinas. Yo llevaba un top y una falda larga que me arremangaba en las casetas para bailar al son de cualquier música pop, vaso en mano, sin pudor ni recato: un frente a frente con mi hermana (mejor danzante que yo, que para eso ganó un concurso de rumbas en algún momento de su vida joven), un desafío con mi hermano Diego, casi siempre ausente en estos menesteres, una ronda con “mis niñas”...
Disfrutar con mi familia es innato en mi persona, me encanta estar con ellos gamberreando. Y aquella tarde resultó inolvidable: tapas, risas, música...No nos hicimos fotos (impensable hoy día, ¿verdad?) y bien que lo siento, aunque las imágenes permanecen grabadas en mi memoria.
También evoco otras ferias de mediodía con mi pandilla, admirando los caballos (un poco raro, como si estuviéramos en Sevilla), pasando un calor asfixiante paliado con cervezas y rebujito en casetas medio desiertas (no había por entonces mucho hábito de mediodía; ignoro cómo será ahora), bailando al ritmo de melodías brasileñas con animadoras del cotarro... Pero sobre todo me viene a la memoria una tarde en que nos quedamos contra viento y marea mis amigos Manolo Cidoncha, Cecilia Casado y yo, apurando las horas con un café en la terraza del Quinto Cecilio desde la que dominábamos todo el recinto, parloteando con esa lengua suelta que te da el “ir pasado de rosca”. A Cecilia le había regalado un admirador una botella de Vega Sicilia y Manolo y yo no entendíamos que no quisiera compartirla con nosotros, prefiriendo guardarla para un momento “especial”...Por más que lo intentamos no cedió. Luego, años después, me confesó que al abrirla “estaba pasada”. Castigo divino, aduje yo con mala uva aunque sintiendo de corazón que se hubiera echado a perder tan impresionante vino. Las cosas ricas son para compartir con los amigos, que para eso nos soportamos en las malas y en las buenas, pienso.
Pero en fin, así son las cosas. A veces guardas lo bueno para más tarde y no encuentras ocasión de aprovecharlo.
Por eso yo no he querido negarme a contaros estas anécdotas en la revista de la feria. A la mayoría os parecerán bobadas, pero forman parte de mi baúl personal, me acompañan como el resto de recuerdos de mi pueblo, del que hablo siempre que hallo ocasión porque no hay nada más lógico que amar la tierra que te vio nacer, y he optado por compartirlas.
Os deseo unas felices fiestas de septiembre, que las disfrutéis a tope y que llevéis con la cabeza alta y orgullo en el corazón el nombre de Don Benito.

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